Mi nombre entra a una lágrima
Yo te vi en mediodías ardidos de verano
cobijada en el frescor de sombras y de ramas.
Te vi tejiendo anillos con la felicidad
mientras cerrabas pactos de infinito.
Con la boca dulce, te vi, llena de verdes.
Danzabas sueños hechos de paisajes.
Eras colibrí que libaba en el amanecer más hermoso.
Bebías palabras, escribías poemas.
Te nacieron libros —¿recuerdas los años?
Te llenabas de pupilas tatuadas de cielo.
Yo te vi sentada junto a la alegría;
correr en grandes círculos jugando al mundo.
Regalabas frases; perseguías insectos invisibles.
El día te estallaba de luz perfumada de voces.
Ella —la pequeña de pestañas blancas
y mirada como almendras—,
olisqueaba el aire, la vida, el pasto.
Las otras volaban, rodeaban tus libros, picoteaban arroz.
Te vi rodeada de amor en tardes que partían.
Te vi en invierno, cálida y feliz.
Recogías en otoño hojas escarlata y admirabas su belleza.
Te sentías plena con los brotes de septiembre
y con lluvias de octubre bordabas la dicha.
Te vi plácida entre árboles junto a la eternidad.
Sí; yo te vi. Eras mucho, mucho más
que esta pobre mujer que hoy esconde sus ojos.
Mucho más que esta tristeza.
Susana Cattaneo- Argentina
Fuentes de Documentación
3 comentarios:
Si los poemas fuesen nuestro estandarte, personal e intransferible para cada uno; Pero además incluyen hueso a hueso, palmo a palmo, ese recorrido que induce, al menos debe inducir a retomar constantemente nuestro rumbo.
Enhorabuena, Susana, un abrazo.
Me alegra que retomes Oasis de palabras, Ana, gracias por compartirlo. Un beso fuerte
Un contraste con el modelo sensitivo y poderoso que debe ser álguien que transcurre así en la vida. Triste su fin que no concuerda con el andar recorrido... Aunque sí, muchas veces lo vemos así en la realidad.
Saludsos Susana
Gracias, Miguel y Leticia por acercaros a leer y disfrutar de buena poesía.
Besos
Ana
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